miércoles, 23 de septiembre de 2020

La historia de mi papá. Andrés Ítalo Imperioso, un texto autobiográfico

Mi papá (a la izquierda) junto a Alfredo Bravo (en el centro)


Todos tenemos una historia que merece ser contada, creo que la historia de mi papá no es una excepción. Como un recuerdo y como material de archivo histórico para el momento que él vivió dejo este texto autobiográfico que, en algún momento que desconozco, escribió. 


martes, 4 de julio de 2017

La muchacha del siglo pasado de Rossana Rossanda (recomendación de lectura)




Recomendación de lectura: La muchacha del siglo pasado de Rossana Rossanda

Ayer me llamó contento un amigo para avisarme que había encontrado de oferta este libro en una librería de la calle Corrientes. Bien supo que este feliz descubrimiento me iba a interesar. Hoy ya lo tengo en mis manos. 
El género de las memorias políticas me interesa cada vez más. Sobre todo si es en el siglo XX, tan ambivalente. Y ni hablar, si es de militantes de izquierda, comunistas y socialistas, cúmulo de experiencias y de una profunda reflexión producto del sabor de la derrota con la que terminó el siglo. Este es el caso de la Rossanda, una de las más lúcidas e importantes dirigentes del ala izquierda del que supo ser el partido comunista más grande de occidente, el italiano.
Estas memorias fueron muy esperadas hasta llegar a mis manos. Y al empezar a leerla, a vuelo de pájaro, no defrauda. 
Para mejor, el prefacio está escrito por Mario Tronti, también comunista italiano, contemporáneo de la Rossanda, y fundador del operaísmo italiano. Ambos despliegan en sus páginas una lucidez que parece sobrehumana, tal como decían los contemporáneos de Robespierre.
El prefacio que escribe Tronti se titula "El relato de una elección". Comienza Tronti utilizando el título del libro "La muchacha.." para reflexionar sobre la propia condición humana de la autora, más allá de la figura política. Y en lo que se viene, se despliega medio párrafo que puede sintetizar la filosofía de las tensiones de la práctica política comunista del siglo XX, vale la pena citarlo textual:
"La presencia pública no agota la complejidad humana. Antes bien, esta última suele entrar en un doloroso conflicto con aquella. Y cuanto más se eleva la intensidad del acontecimiento histórico, tanto más chirría la forma de la respuesta íntima. Y siempre emerge con fuerza un sentimiento de insatisfacción: por no haber dado lo necesario desde el punto de subjetivo, por la dificultad de las condiciones objetivas o por la ignorancia de las fuerzas en liza. Circula por todo el libro un aura de dolorosa desproporción entre lo que es y lo que se hace. Una Stimmung (temperamento) del siglo XX. Y de esta suerte estamos siempre tratando de averiguar si la tentativa era demasiado ambiciosa o si hemos sido nosotros los que no hemos estado a la altura. Nosotros, esto es, la parte en cuyo destino se ha inscrito a partir de un determinado momento la existencia de Rossana Rossanda, conforme a una especie de penúltima decisión. Son muchos los que fingen no entender que el verdadero vínculo de hierro no era el que unía un partido a un Estado, sino el de un individuo, una mujer, un hombre, a una historia que les superaba." (la negrita es mía, nota de autor)
Esta Stimmung de la que habla Tronti, no sin cierto dejo de pesimismo, es el tema central que la izquierda del siglo XXI debería tener en cuenta en sus luchas. El siglo XXI ha sido hasta ahora ambivalente, con más retrocesos que avances, para nuestras ideas. Y es justamente por este motivo, ya sin la excusa de la URSS, que debemos escuchar con respeto y atención a nuestros antecesores. En particular, vale la pena hacerlo con la (sobrehumana) lúcida dirigencia de izquierda del Partido Comunista Italiano. Esta, pienso en Lucio Magri también, pudo anticipar los hechos que se avecinaban pero no pudo evitarlo, siguiendo la tentativa que plantea Tronti. El PCI es historia, se disolvió en los 90s en un clima de "fin de la historia", y la izquierda italiana todavía no se recupera del golpe. 
Este libro, como El sastre de Ulm de Magri, es el relato de una vida comunista. Y de una derrota. De un gran anhelo, que hoy se ve más lejano que entonces. Por eso, por lo menos en mi caso, no dejo de identificarme, desde el socialismo o el comunismo argentino. Las siguientes palabras con las que Rossanda ilustra la solapa, vale como síntesis de todo esto:
"...¿Por qué has sido comunista? ¿Por qué dices que lo eres? ¿Qué quieres decir? Sin un partido, sin cargos, cerca de un periódico que ya no es tuyo, ¿se trata de una ilusión a la que te aferras, por obstinación, por osificación?...La vicisitud del comunismo y de los comunistas del siglo XX ha terminado tan mal que es imposible no planteársela ¿Qué ha significado ser comunista en Italia desde 1943? Comunista como miembro de un partido, no sólo como un momento de conciencia interior en el que uno siempre puede arreglársela: ´Con esto o aquello no tengo nada que ver´. Comienzo interrogándome a mí misma"
Esta recuperación de la memoria de Rossanda no es en balde. Sus preguntas también son acertadas para hoy; para los militantes de izquierda o del campo popular, kirchnerismo, como prefieran, que sufrieron recientemente un duro golpe en el país, con la llegada de Macri al gobierno, por lo cual ahora atraviesan un crisis también, en algún modo, existencial. Para ellos van estas palabras. El siglo XXI ha traído fuertes ideas, pero no son ideas nuevas, no nos confundamos. Son ideas renovadas, milenarias por su sentido de justicia. La memoria para nuestros anhelos es vital. Comprender que la Stimmung de la que habla Tronti no es nueva y sólo afectó a nuestros procesos, sino que viene acompañando a la izquierda hace rato, como una sombra.
Sin embargo, a veces, como desafío para los escépticos, los avances se dan de forma irrisoria. En este caso puntual, no deja de serlo el hecho de que el conocimiento tan valioso de Rossana Rossanda llegue a nuestras manos producto de una mesa de saldos, es decir el remanente de libros que fracasó en sus ventas, y además en precio de oferta, producto de la crisis económica despiadada que atravesamos. Quizá Hegel, de forma irónica u optimista, lo llamaría la astucia de la razón.

Sea como sea, nuestro deber es que muchachos y muchachas del siglo XXI continúen la lucha. 

miércoles, 10 de mayo de 2017

Su concordia, nuestra justicia o Emilio Mignone y la teoría de los dos demonios

OPINIÓN //// 07.05.2017
Su concordia, nuestra justicia o Emilio Mignone y la teoría de los dos demonios
Se está llevando a cabo la segunda asamblea plenaria del año de la Conferencia Episcopal Argentina. Entre los temas tratados el segundo día se encuentra "lo vivido en la década del 70". Los obispos invitaron a Cristina Cacabelos, Graciela Fernández Meijide y Daniel D’Amico.


Por Andrés Imperioso* y María Teresa Piñero**

Para conocer la parcialidad del panel, basta googlear a Cristina Cacabelos. Google nos presenta a una abogada que, escudándose en sus familiares desaparecidos, tilda de "subversivos" a los asesinados por el terrorismo de Estado. Cacabelos no tiene problema en visitar a militares presos por crímenes de lesa humanidad, concepto que por supuesto ellos niegan.  Esta abogada fue una de las invitadas por la Conferencia Episcopal para hablar de "concordia".

La intención que subyace en la Conferencia Episcopal, revestida del concepto de "cultura del encuentro", es rehabilitar la teoría de los dos demonios. Peor aún, con la voz de un solo lado. Si "concordia" y "subversivos" son los conceptos que avalan los obispos, estamos retrocediendo a momentos de oscura defensa de la dictadura militar. Hablar de "cultura del encuentro" y "amistad social", hasta de "diálogo", al mismo tiempo que se invita a panelistas que siguen utilizando la denominación de "subversivos", parece más bien un giro retórico para encubrir la defensa de los torturadores presos. Sin duda, el negacionismo encubierto de la Iglesia se confirma cuando esta iniciativa va en paralelo con el fallo de la Corte Suprema del 2x1 para culpables por crímenes de lesa humanidad ligados a la última dictadura militar.

Desde la misma perspectiva católica, hablar de concordia remite al sacramento de la Penitencia, sacramento de la Reconciliación, necesaria para obtener el perdón de los pecados. No hablamos de haber dejado de ir a misa el domingo, de haber blasfemado o haber practicado algún tipo de magia, de haber buscado “el placer sexual en solitario”. Estamos hablando del pecado de matar al hermano, de infringir daños graves como la tortura, de robar niños a sus madres desvalidas, de arrojar desde aviones personas vivas al mar.

Desde siempre la Iglesia ha enseñado que para una buena confesión es necesario hacer un cuidadoso examen de conciencia para recordar todos y cada uno de los pecados graves cometidos, tener dolor por esos pecados, es decir, realizar un acto de contrición, de arrepentimiento, con el firme propósito de no volverlos a cometer, el propósito de enmienda.

De esa manera, el pecador puede recuperar la gracia, la paz y la serenidad. Se reconciliará con Dios. Se reconciliará también con la sociedad y con las víctimas si puede recordar y decir los pecados que cometió, a quién, cuándo, de qué manera, si puede dar explicaciones a las madres y esposas de los que asesinó, de los que torturó, si puede señalar dónde están sus restos.

Son pecados demasiado graves para que la Iglesia no intente una verdadera reconciliación para los pecadores, que debe incluir un verdadero y sincero examen de conciencia, el dolor por haberlos cometidos, un acto de arrepentimiento. Una reconciliación que intente ayudar a las víctimas a saber la verdad, esa verdad que guardan los pecadores y que hace 40 años que reclamamos.

En este momento vale la pena recordar a Emilio Mignone, un católico, fundador del CELS. Mignone fue un hombre formado por la Iglesia, tuvo un estrecho vínculo con ella a lo largo de su vida. Con el golpe de Estado, militares allanaron su casa y se llevaron a su hija Mónica, quien nunca más apareció. Desde entonces, fue un activo organizador de las denuncias nacionales e internacionales de los crímenes de lesa humanidad que estaban ocurriendo en el país y, por ese motivo, fundó el CELS.

Tiempo más tarde, pasada la dictadura militar, el Vaticano, con el Papa Juan Pablo II, lo invitó a participar de un acto de reconciliación. El se negó.

Las palabras con las que rechazó la invitación cobran hoy más fuerza y lucidez que nunca:

"Las dos clases de víctimas son totalmente diferentes. Las víctimas causadas por la guerrilla (que no pasaron de setecientos en diez años) están identificadas y reposan en sus tumbas y sus presuntos responsables (porque nunca hubo juicios para probar su autoría) fueron detenidos, torturados y asesinados por las fuerzas armadas o muertos en la calle o en sus casas.

En cambio los detenidos desaparecidos, secuestrados por las fuerzas armadas (que hasta ahora niegan su intervención), alcanzan 30.000 y hasta ahora se ignora el paradero de sus restos. Fueron torturados y asesinados estando en distintos lugares clandestinos. Se trató de un verdadero genocidio cometido por la dictadura militar destinado a exterminar a los potenciales disidentes (entre ellos dos obispos, Angelelli y Ponce de León, asesinados en seudoaccidentes automovilísticos, y dieciséis sacerdotes). Se estima que la inmensa mayoría de los detenidos desaparecidos (95%) carecían, como nuestra hija Mónica, de armas y adiestramiento combativo" (1).

(1) Extraído de Del Carril, Mario. La vida de Emilio Mignone. Emecé. 2011. Pág 358-359.

*Andrés Imperioso es licenciado en ciencia política (UBA) e investigador del Centro Cultural de la Cooperación
*María Teresa Piñero es querellante en los juicios de lesa humanidad y doctorando en Derechos Humanos (UNLA)

Fuente: http://www.agenciapacourondo.com.ar/opinion/su-concordia-nuestra-justicia-o-emilio-mignone-y-la-teoria-de-los-dos-demonios

martes, 1 de marzo de 2016

El neoliberalismo es más que una receta económica - Por Jorge Tula

Individualismo económico + autoritarismo político

El neoliberalismo es más que una receta económica

Jorge Tula

El neoliberalismo excede sus propuestas económicas. El individualismo económico, la autosuficiencia familiar y al autoritarismo político constituyen los pilares de esta nueva "filosofía de vida". En gran bretaña, laboratorio privilegiado en donde se realiza esta experiencia, es posible ya observar sus resultados: pobreza extrema, marginalidad, desintregración social y barbarismo político


Portantiero, Aricó y Tula en el aeropuerto Benito Juárez de México.


En épocas más afortunadas, recordaba alguien, los sabios, quienes eran expertos en las cuestiones de los hombres y quienes se dedicaban a la reflexión discutían insistentemente sobre las características que debería tener una sociedad justa. Pero además, cuando se trataba de distinguir entre una sociedad basada en la fuerza y otra estructurada a partir de alguna norma de reciprocidad, se utilizaban con frecuencia ciertos argumentos o criterios cuya calidad y razonabilidad no resulta fácil encontrar actualmente. Eran otros tiempos, es cierto, otra sociedad por cierto menos cuantiosa y más simple, y cercanas a la simpleza eran también las categorías que se empleaban en estas adquisiciones. 
En estos años que nos toca vivir, con muchas menos certezas y dificultades, con sociedades más complejas y con mayor cantidad de hombres a los que debería prestarse atención, aquellas distinciones claras, y las discusiones racionales sobre ciertos valores y principios alternativos perdieron presencia para dar lugar a la creencia de que solo existen intereses y fuerzas, como si éstos estuvieran en la sociedad independientemente de las creeencias, de las expectativas, del reconocimiento y de las identidades de quienes la integran. 
Muchos de esto impregnan las respuestas neoconservadoras, o neoliberales, como se quiera, cuyo diagnóstico de la crisis de los últimos años es que ésta proviene de una desproporción entre las expectativas siempre creciente que emanan de la sociedad civil y la capacidad que tiene el sistema político para satisfacerlas. Este exceso de expectativa aparece como la causa y el efecto de una desmesurada expansión y complejidad de las tareas del estado, hasta alcanzar una presencia totalizadora y sofocante. Se produce, así las cosas, como una especie de círculo vicioso, en el cual la amplitud de las tareas estatales da lugar a expectativas cada vez mayores, las que a su vez exigen nuevas tareas del estado, hasta que su accionar conjunto produce una reducción de sus respuestas, y por ende una sobrecarga. Después de diagnosticar este exceso de demandas, el sobredimensionamiento del estado, la ineficacia cada vez mayor, la insuficiencia de recursos y por fin la crisis del estado, propone un retorno al mercado y a su "orden espontáneo" y una reducción enérgica de los problemas, su despolitización y la limitación de las tareas y funciones del estado hasta convertirlo en un "estado mínimo". De esta manera, el capitalismo de estos últimos años se define por un virulento retorno al "liberismo", para utilizar la expresión de Croce, por un regreso mucho más marcado a la contraposición entre ganancia privada e interés general de la sociedad, por el pasaje de la regulación a la regulation, por el intento en modificar en todo o en parte las conquistas del estado social. En fin, la vieja ideología del capitalismo popular ha sido sustituida por la teoría según la cual es necesario favorecer el crecimiento de los réditos más altos como único camino para imprimir un nuevo dinamismo a la ganancia y acumulación. No obstante esto, pretende también, y en parte lo ha logrado, identificarse, tout-court con la innovación misma. 

La "democracia de los propietarios"
 La propuesta neoliberal, o la "revolución de los conservadores", como también se la ha llamado, no se agota, claro está, en meras respuestas económicas y políticas a la crisis. Va mucho más allá y postula una nueva "filosofía de vida" y por tanto una nueva concepción de las relaciones sociales y políticas. Se trate de la democracia de los propietarios, mezcla de individualismo económico, autosuficiencia del grupo familiar y autoritarismo político. En una versión distinta de la independencia y de la interdependencia, los individuos conquistan la primera como actores económicos en el mercado la segunda como miembros del grupo familiar, que es el encargadoa su vez de distribuir los recursos y las responsabilidades de la manera más adecuada a los efectos de poderse sostener recíprocamente en la adversidad. Haciendo uso naturalmente de su energía, de su habilidad e iniciativa en el mercado, los individuos están en condiciones de acumular recursos bajo la forma de propiedades familiares que garantizan su autosuficiencia para atender a sus necesidades, entre las que se deben incluir desde luego las pensiones, las obras sociales, las asignaciones escolares, etcétera.
Se trata de lograr un objetivo que no resulta muy difícil de adivinar: demostrar que en la sociedad moderna los bienes públicos son mucho menos necesarios de lo que la gente cree y que por lo tanto, como es obvio, el papel del estado tiene que ser mucho menor del que se la ha atribuido hasta ahora. Bastará el aumento de la prosperidad y el incremento del número de propietarios (de acciones, de casas, de pensiones), cosa no muy difícil de lograr en este modelo de sociedad por otro lado, para que los individuos estén en condiciones de adquirir más servicios y satisfacer un mayor número de exigencias con los recursos que él mismo ha logrado. Una vez conseguido esto nos introducimos a un ámbito en donde una libertad más amplia y una mayor posibilidad de elección están garantizadas, con lo cual ya no existen obstáculos para elegir el estilo de vida que se prefiere y es posible alejarse del conformismo y la estandarización que, como es de sospechar, y siempre según esta nueva ortodoxia, son propias del socialismo y de los servicios públicos. 
Así las cosas, la función del estado no puede sino estar reducida a producir un limitadísimo número de servicios, esto es, sólo aquellos que el mercado no puede producir: la defensa, el mantenimiento de la ley y el orden, y el respeto de los contratos. Esta cantidad reducida de bienes públicos tienen en común una característica que es evidente: se fundan sobre la constricción. El estado, en consecuencia, resulta convertido así en una agencia residual, coercitiva, cuyo poder sólo es necesario cuando se trata de garantizar las condiciones de la libertad, pero cuyas actividades son necesariamente represivas o punitivas. 
Siempre y cuando se trate de responsabilidades residuales, el estado puede tener otra: por ejemplo, la de proveer a los individuos que no pueden o no quieren proveerse a sí mismos. Haciendo gala de una generosidad impropia, la nueva ortodoxia considera que siempre existen casos de "necesidades genuinas", de individuos que por haberles tocado un destino social desgraciado pueden reclamar con un cierto grado de legimitidad asistencia de parte de las reparticiones públicos que han sido destinadas para eso, asistencia que sólo dbeería ser otorgada de manera muy estricta en la medida en que este tipo de servicio público corre el riesgo de comprometer la ética de la empresa y la confianza en sí mismo, pero también de la responsabilidad gamiliar que, como ya sabemos, es el pilar fundamental que soporta todo el sistema de relaciones sociales. En un mundo plagado de paradojas, este sistema no escapa a ellas: en los hechos introduce a la gente en la pobreza y en la pasividad, dejándola afuera de las oportunidades y de los incentivos que usfructúa el resto de la sociedad. Alejada de cualquier posibilidad de salida legal de la pobreza, terminan siendo presa de la apatía o bien, como también resulta obvio, emplean sus energías para fines ilegales. 

La autosuficiencia económica como base de la ciudadanía
 Es por lo demás impropio hablar de la democraticidad de esta nueva ortodoxia, pues, como hemos visto, se trata más bien de una ilusión. En los hechos, una mayoría se constituye en torno al temor de una subclase y elfin del gobierno es el de proteger los privilegios de esta mayoría y usar el poder del estado para suprimir las aspiraciones de la minoría. A su vez los trabajadores, que deben lidiar cada vez más con una mayor inseguridad y con menores derechos económicos, se ven de alguna manera obligados a identificar sus intereses con los de los propietarios, lo cual quiere decir que se contraponen a los pobres y a los que nada tienen. Y, sobre todo, les es negada cualquier tipo de ciudadanía social. La única forma de ciudadanía reside en la autosuficiencia económica, con todos los riesgos que esto significa, pues quienes la pierden están prácticamente condenados a engrosar la fila de los dependientes y a estar sometidos a una coerción autoritaria. Como dice Bill Jordan, la libertad económica de un grupo de la sociedad es´ta pagada con la servidumbre impuesta por el estado, de otro grupo. 
Está de más decir que este individualismo económico tan férreamente practicado afecta el interés común para participar en el bienestar colectivo y la buena calidad de las relaciones sociales. Es que en una sociedad que se encuentra diseñada a partir de la propiedad privada exclusiva, el bien común deja de ser perceptible en la medida en que la gente actúa impulsada por el propio interés en el marco más general y limita su visión del bien común exclusivamente a los miembros del grupo familiar. La plaza pública, por ejemplo, espacio emblemático de una sociedad que valoriza la vida pública de la ciudadanía, carece del más mínimo sentido en una socieda que sólo atribuye valor a la propiedad privada. 
No obstante todo esto, en una perspectiva de larga duración, el individualismo económico arremete también contra la voluntad de contribuir para sostener los bienes públicos, los únicos bienes aceptados por los políticos de derecha, esto es, defensa, orden, seguridad. Se trata pues de una lógica que lleva en última instancia a una sociedad corrupta, en la que cada uno ve y acepta sólo aquello que coincide con su propio interés y nadie se preocupa por el bien de la comunidad. 
Las virtudes de esta "democracia de los propietarios" ha sido pregonada con una insistencia y una eficacia tal que en muchos casos ha logrado modificar las ideas hasta ese momento dominantes, impuso nuevos modelos culturales y hasta logró cambiar el sentido común y las constumbres de las masas. Desde que esto se inició ya han pasado muchos años, los suficientes como para poder ver los resultados de la experiencia neoliberal en algunos lugares que, por lo menos cierta prensa argentina, sigue presenteado como modelo a seguir para salir de la crisis que afecta a nuestro país. 
Después de quince años de férreo gobierno por parte de Margaret Thatcher y de perfeccionamiento de la estrategia de "conquistar el corazón y la mente" a través de medios de comunicación que, parece, sólo serían parangonables con los de nuestros país, los conservadores británicos -que con el 35% de los votos en la última elección están por debajo de su mínimo histórico en este siglo- se encuentran cada vez más lejos de algunas metas que se habían propuesto: el 8,3% de inflación duplica el del año pasado y el aumento del costo de vida junto al 14% de las tasas de interés afecta a millones de personas y se aleja también de los logros de la economía continental, tan repudiablemente socialdemócrata. 
Sin embargo son otros los aspectos a los que conviene aludir para tener una idea más clara de las transformaciones que se han producido en el país donde descansan los restos de Marx. La desocupación, seguramente el mayor problema que enfrenta el viejo continente, siguió su marcha ascendente: entre 19173 y 1975 pasó de medio millón a un millón de personas, es decir el 5% de la población activa, porcentaje que se incrementó a 8,5% hacia fines de 1980 y al 13% en 1985; pero si en estas cifras se incluyen las mujeres casadas, los 3 millones de desocupados se incrementarían en 1 millón. Por otro lado el 25% de los desocupados son menores de 25 años. La misma línea de tendencia puede observarse en las modificaciones que se produjeron en la distribución de la renta. Desde la asunción de Thatcher se ha producido una evolución fuertemente regresiva en este item como lo demuestra la reducción considerable de los impuestos a las personas más ricas: la tasa de imposición sobre la renta más elevada se redujo del 83 al 60%, y todo esto se incrementa cada vez más al disminuir la imposición de las plusvalías y de las rentas que no derivan del trabajo. Paralelamente la presión fiscal sobre los miembros relativamente más pobres aumentó progresivamente. En los hechos, cuando más bajo es el nivel de renta más fuerte ha sido la suba de los impuesots: entre 1979 y 1984 los impuestos medios de una pareja con renta media aumentó en 5,50 libras esterlinas por semana, a la vez que una pareja con ingreso cinco veces mayores vio disminuir sus impuestos medios en 71 libras por semana. 

El ejemplo de liverpool
Inquietud social y malestar existencial son conceptos que están presentes en cualquier análisis efectuado por quienes estudian la sociedad inglesa tal como se presenta después de deiz años de "thatcherismo". En ninguna parte como en una gran ciudad se puede observar mejor las contradicciones y laceraciones que han marcado al Reino Unido. "Liverpool, mi ciudad, se ha convertido en el símbolo del caos, del desorden de masas, que está asociado a la declinación y a la pobreza del norte de Inglaterra y contrapuesto al próspero sur, privilegiado desfachatadamente en estos años de revolución tchatcheriana", afirma Glyn Ford, parlamentario europeo laborista. Este país partido en dos y su inocultable diferenciación social está simbolizado de la mejor manera en las tribunas de los estadios de fútbol. En uno de ellos, los hinchas del Tottenham, equipo del sur, recibe a su tradicional y acérrimo adversario, el Liverpool, representante de aquel norte donde hace doscientos años dio comienzo a la revolución industrial, mostrando centenares de tarjetas de crédito y cantando: "Nosotros tenemos montones de dinero, ustedes no tienen ni siquiera trabajo". 
Liverpool, en efecto, encarna mejor que cualquier otra ciudad inglesa la idea de sociedad propugnada por la Tchatcher, pues es allí donde se manifiesta con más evidencia los signos de su política y las más lacerantes contradicciones de un proceso de restructuración salvaje de los aparatos productivos que ha creado un nuevo bienestar para un sector de la población y al mismo tiempo ha ampliado los bolsones de pobreza y marginalidad social. 
El malestar social ha desencadenado, entre otras cosas, un grado de violencia hasta ahora no visto en la sociedad británica. Stuart Hall, diretor del Center for Contemporary Cultural Studies, con sede en Birmingham, que se dedica especialmente al estudio de la cultura y subcultura juvenil, sostiene que para entender el por qué de la proliferación acctual de las bandas juveniles , y sobre todo de la criminalidad difusa basta visitar Liverpool y recorrer la ribera del Mersy, otrora pletórico de vida y que hoy está convertido en un espectáculo de desoloación y abandono verdaderamente angustiante. Un espectáculo que, por otra parte, se repite una y otra vez en casi todos los centros urbanos. Las grandes industrias han cerrado sus puertas y la ciudad ha perdido sus mejores fuerzas, las que han sido, claro está, obligadas a emigrar. Si la desocupación ha alcanzado niveles de gran envergadura (el 60% de la fuerza de trabajo activa) no menos considerable es el consumo de drogas y de alcohol. Sin embargo, agrega Hall, sería un error demasiado grave "leer" las nuevas agregaciones juveniles sólo en términos negativos. Si así se hiciera se estaría reduciendo una situación sumamente a un mero problema de orden público. 
La protesta juvenil se manifiesta en formas metapolíticas que están relacionadas sin duda alguna con profundos y devastantes cambios en el mercado de trabajo: en una franja en la que están incluido los jóvenes de 14 a 20 años los sin trabajo son más de 660 mil sobre cerca de 2 millones y medio de desocupados totales. Pero también se vincula, y muy especialmente con un sistema político cerrado, sustancialmente impermeable en el plano cultural y organizativamente y que es incapaz de ofrecer salidas positivas a los fermentos juveniles, ciertamente caóticos pero no siempre únicamente destructivos. 
Los jóvenes, como acabamos de ver, han sido particularmente afectados por la filosofía de vida propugnada por la "dama de hierro" y que podría expresarse en la siguiente consigna: "quien se arriesga es un héroe y quien es pobre debe convivir con el fracaso, captando todo el peso material y moral". Ante esta propuesta vital el nuevo lumpen inglés tiende a rebelarse, y cuando esto sucede la reacción se debe no al hecho de que está inspirado por valores de solidaridad sino simplemente porque el éxito predicado por los conservadores no llega a alcanzarlo también a él. Se trata entonces de una subalternidad cultural que es vivida no obstante en términos conflictivos y fuertemente agresivos. 
La sociedad inglesa, ya no sólo el variado y fragmentado mundo juvenil, vive en la actualidad un preocupante proceso de barbarización cultural y social que ha llegado a afectar hasta las instituciones mismas. Que esto sea así lo demuestran las declaraciones efectuadas por el jefe de policía de Londres en las cuales propicia que se implementen nuevamente las penas corporales y en la obstinada propuesta, en el seno del partido gobernante, de la reimplantación de la pena de muerte. No está ausente tampoco el barbarismo político: la irrupción de grupos de derecha radical, cuyo programa puede ser reducido a la lucha por defender siempre y en cualquier lugar la independencia de la nación britátnica; es un fenómeno que no debe ser descuidado porque alimenta las tendencias xenófobas y las manifestaciones de intoleranci racial presente, es cierto, en una sociedad atravesada por profundas contradicciones sociales. El crecimiento de estos fenómenos va acompañado pues con la destrucción de cualquier forma o tejido de asociación pública. 

Revalorización de la esfera pública
Quienes estén a favor de una sociedad dual, fuertemente polarizada, que expulse hasta la marginación a sectores cada vez más numerosos de la población para garantizar el bienestar de una franja cada vez más reducida de privilegiados, no debe desentenderse del costo que todo esto conlleva: pobreza extrema, marginalidad, delincuencia, desintegración social y barbarismo político. Por el contrario, quienes creamos en la necesidad de buscar alguna alternativa al individualismo económico y a la autosuficiencia familiar propugnados por los defensores de la "democracia de propietarios" deberemos proponer una revalución de la esfera pública en la vida social. Sin embargo, esta revalorización debe ir más allá de la reafirmación de las virtudes de las instituciones con las cuales hemos crecido sino que debemos encontrar una nueva base de cooperación ciudadana que refleje el interés común por una nueva calidad de vida y por novedosas formas de organización que garanticen la justicia y la libertad, tan fuertemente afectadas en los últimos tiempos. No puede ser otro el desafío de los socialistas. 



Fuente: Ciudad Futura, n°20. Año 1989

martes, 22 de diciembre de 2015

La Navidad de Eleanor “Tussy” Marx



Las fiestas de fin de año suelen asociarse al forzoso encuentro social, casi siempre familiar, y también, mediante una cultura establecida, con la excusa mediante de los regalos. al consumo. Todo esto parece encontrarse en las antípodas de lo que significa socialismo y a la figura de Karl Marx. Más allá de la diferencia de la navidad actual con respecto a la festividad de aquellos años, esta pequeña historia que cruza el entorno de Marx con esta fecha merece ser contada.  
Las leyendas que rodean la historia de la vida del filósofo más influyente del mundo moderno se extienden inevitablemente por todos los laberintos de la imaginación, pero pocas veces con fundamentos sólidos y creíbles. Siendo uno de los personajes históricos más difamados de la historia, por parte del temor de los poderosos, la imagen de Marx y su entorno ha estado ligado a la idea de un oscuro y frío hombre de barba larga, alemán,  encerrado leyendo y meditando abstractamente, sin capacidad de establecer lazos emocionales con el mundo. Continuando con este prejuicio,  Marx era observado como un racionalista radicalizado, un materialista incapaz de dejarle lugar al aspecto humano del mundo. Por el contrario, en esta búsqueda intelectual que realizaba Marx, como bien se ocupó de señalarlo -o mejor, de denunciarlo- Maximilien Rubel, se encontraba a un humanista, militante comprometido con la causa libertaria de la humanidad, más cercano al feliz salvaje de Rousseau que al tecnócrata de Saint Simon.
Un ejemplo para conocer el sacrificio que realizó Marx en su lucha inclaudicable por el socialismo, lo podamos encontrar puertas adentro de su casa. “Mohr”, apelativo familiar, tuvo con su mujer de toda la vida, la baronesa Jenny Von Westphalen, seis hijos, de los cuales sólo tres alcanzaron la mayoría de edad (Jenny, Laura y Eleanor); los demás, debido al forzoso exilio, no pudieron sobrevivir en la miseria.
Sin embargo, a pesar de las trabas económicas y sus consecuencias, la familia Marx nunca dejó de brindarle una particular atención al cuidado, al cariño, y a la educación de sus hijos. Los amigos de la familia recordaban a Eleanor memorizar a Shakespeare, cuando apenas tenía tres años.
Aunque todas las hijas continuarán el legado político de Marx, será Eleanor quien más predilección tendrá por la causa y será ella quien se convertirá en su secretaria en los últimos años y, luego de su fallecimiento, continuará manteniendo un estrecho vínculo familiar con Engels, “el General” como lo apodaban cariñosamente.
El brillante historiador inglés, E. P. Thompson, en una reseña del libro de Ivonne Kapp “Eleanor Marx: Su vida familiar” (todavía se consigue en algunas librerías), advierte del peso que significaba para la hija menor de Marx el legado de su padre. Y lo que esto significó en el plano polìtico
Intentar clarificar sobre la personalidad de Marx y su entorno se puede aprovechar estas fechas navideñas para recordar una anécdota sobre la navidad; un viejo recuerdo de la hija menor de Marx, Eleanor, que aporta una curiosa anécdota desmitificadora de la imagen del marxismo como frío materialismo.  
Luego de la muerte de Marx, Tussy -apelativo familiar de Eleanor- ya era una importante activista del movimiento socialista inglés; “una política de la cabeza a los pies”, en palabras de su madre Jenny von Westphalen. Para 1885, había pasado por la Federación Socialdemócrata y estaba participando de la Liga Socialista, donde también participaba el eminente William Morris. Continuando a su padre, entusiasta militante, poseía un espíritu desprejuiciado y extraordinariamente sensible a los sentimientos humanos, sobre todo de los niños. Para octubre de ese año, lejos de cualquier prejuicio estereotipado que se tenga hoy, propone a la Liga organizar un árbol de navidad para los niños que participaban de la agrupación. Así lo advierte en una hermosa carta:
“No podemos hacer comprender tan deprisa a los niños que el Socialismo significa felicidad. Tal vez algunos amigos (tiemblo un poco de pensar en Bax) se opondrán a un árbol de Navidad. Si ellos, o èl, lo hacen voy a recordarles simplemente el origen de la festividad de Navidad; de la bella y antigua fiesta pagana que celebraba el nacimiento de la luz. Adoptemos, como los cristianos, esa vieja historia para nuestro propósito. ¿No es el Socialismo el auténtico -nuevo nacimiento-, con cuya luz desaparecerá la vieja oscuridad?”.
Eleanor continuaba con el espíritu de su padre, devoto por los niños  quien afirmaba que se le podían perdonar muchas cosas al cristianismo porque había enseñado a adorar a los pequeños. Por eso, ante una supuesta trivialidad como es la navidad, la sensibilidad de Tussy por los chicos no sorprende. Ella mantiene el espíritu humanista (socialista) con el que se crió.

lunes, 30 de noviembre de 2015

QUÉ SIGNIFICA SER DE IZQUIERDA EN EL SIGLO XXI - Por Jorge Tula*





Texto inédito

Derecha e izquierda son categorías y corrientes políticas fundamentales que han recorrido los últimos dos siglos, dejando huellas que no se pueden borrar hasta ahora.
            En el caso de la izquierda, su núcleo ideológico fundante es la idea de igualdad (ahora se dice de igual dignidad o valor de una persona), de la cual (OJO). Pero, además, otro signo distintivo de la izquierda es la creencia, la convicción, de que la sociedad podía ser conocida científicamente y que, por lo tanto era posible modificar su espontáneo desarrollo a través de un programa conscientemente elaborado que, a la vez, permitiría avanzar hacia el logro de esa meta irrenunciable que es la igualdad.
            En su largo recorrido la izquierda ha asumido formas históricas diversas de acuerdo a los tiempos y lugares. En un primer momento, la izquierda hace suya los reclamos de democratización política de las capas burguesas. Es la fase liberal de la izquierda. La segunda, es cuando la izquierda emprende un recorrido que le permite alejarse de condiciones  sociales y económicas que impedían avanzar hacia una igualdad mayor que la que otorgaban los presupuestos jurídicos-formales. Este largo periodo, que va de fines del siglo XIX hasta nuestros días, es la fase genéricamente socialista.
            En este segundo periodo se produce una fractura que habría de persistir hasta nuestros días. Dos lecturas diferentes de los acontecimientos y dos propuestas políticas que difieren estratégicamente transitarán hasta ahora alternando en lo que a éxitos políticos se refiere. Una tendencia revolucionaria, que logró gobernar el este europeo durante más de 70 años, hasta 1979, y China y otros países asiáticos que siguieron un mismo recorrido y que aún no han renegado de su pasado. Y por otro lado una tendencia reformista y gradualista, que tuvo logros notables en Europa occidental y que en estos últimos años ha sufrido los efectos del huracán neoliberal, que lograron erosionar los cimientos con los que había construido el Estado de bienestar.
            El pasaje de una fase a la otra, es decir de la izquierda liberal-radical a la izquierda socialista, significa un cambio profundo. El enemigo o adversario, como se quiera llamar, ya no es el mismo: ha dejado de ser el Antiguo Régimen para ser esa burguesía que empezaría a construir los pilares que sostenían el nuevo sistema económico que habría de llamarse capitalismo.

            Y cambia también, por cierto, el objetivo histórico fundamental, ya que de los derechos civiles y políticos se pasa a la exigencia de nuevas condiciones materiales de vida, a tratar de lograr lo que ahora llamamos derechos sociales.

          Y estos nuevos e inéditos reclamos son posibles, entre otras cosas, porque el sector social sobre el que se apoya este nuevo proyecto político ya no lo constituyen las capas burguesas, pequeñoburguesas y artesanas, sino esa nueva clase social que empieza a aparecer en un escenario que ya no es el mismo: la clase obrera.
            La segunda mitad del siglo pasado, cuando todavía las dos izquierdas  desempeñaban papeles protagónicos en el escenario mundial, una de ellas, la “izquierda revolucionaria”, empezaba a exhibir las falencias de sus construcciones políticas y sociales.
            La otra izquierda, la izquierda socialdemócrata, o sea el socialismo democrático, alcanzó una serie de logros que formaban parte de sus objetivos y que le dio un rasgo distintivo a la fase socialista. Además de fortalecer y aggiornar el disfrute no sólo formal de los derechos políticos y de los poderes democráticos, consiguió brindar a la gran mayoría de los ciudadanos altos grados de ocupación, de educación, de seguridad social, y generó una movilidad social que sólo se puede alcanzar cuando no se reniega de las aspiraciones a conseguir la mayor igualdad posible.
            El paso de una fase socialista a otra permitiría sostener, aunque sea provisoriamente, la creencia de que este fenómeno muestra no sólo la discontinuidad que existe por el hecho del tránsito de una fase a otra, sino también continuidad y conservación. O sea que estaríamos en presencia de un cambio que incorpora, que es capaz de redefinir, pero también se trata de una transformación que tiene presente que debe conservar algunas cosas. ¿Qué es lo que puede y debe conservar? Pues bien, debe conservar sus valores de igualdad, de participación democrática, etc., pero además tiene que conservar la creencia, la convicción de que la sociedad puede ser conocida mediante categorías interpretativas propias de los saberes científicos, y que, después de un abordaje de ese tipo, es posible modificar el desarrollo espontáneo de la sociedad, que podía llevar quien sabe adonde, aunque generalmente conduce al incremento de la injustita y de la desigualdad. Y, como decíamos anteriormente, los cambios progresivos sólo se podían lograrlos mediante  un programa conscientemente diseñado.
            Siguiendo con la idea de la transformación que conserva, que acompañó hasta ahora a las dos fases por las que transitó la izquierda hasta nuestros días, y que acaso debería seguir acompañándola en el futuro, y teniendo en cuenta que la segunda fase de la izquierda, la fase socialdemócrata, parece haberse cumplido, ingresamos en un especie de impasse, en el sentido de que estaríamos en un momento de redefinición de los objetivos, como seguramente lo hizo la izquierda en el tránsito de la primera a la segunda fase.
            That is the cuestion. Como sucede muchas veces en los distintos órdenes de la vida, ciertas cosas que consiguen generan un acostumbramiento que impiden avanzar hacia cosas nuevas que requieren de diversas experimentaciones y experiencias para que pueda lograr que sean consideradas como conquistas que favorecen el desarrollo de cada uno de nosotros. Ese acostumbramiento a las pequeñas cosas de la vida que han mejorado nuestra existencia, también se extiende, por ejemplo, a las instituciones que teníamos como telón de fondo y que ni siquiera advertíamos de su existencia mientras ellas ordenaban la sociedad y resguardaban los logros adquiridos.
Ese acostumbramiento generalmente también interviene para frenar y hasta detener esa tendencia del pensamiento y de la razón a la innovación por que ellos mismos necesitan de ella para no traicionarse a sí mismos. Pero sin embargo pueden llegar, el pensamiento y la razón, a creer, por ejemplo, que esos artefactos que han sido capaces de imaginar y de poner en funcionamiento para evitar que la vida de mujeres y hombres transiten por avenidas en donde el desorden puede llegar hasta quitar la vida de los seres humanos, que esos artefactos, a los que se designa con el nombre de instituciones,  y las formas que les han sido dadas, le han sido provistas de una vez para siempre. Acaso olvidando que toda creación humana se realiza en determinadas condiciones históricas, y que las mutaciones a las que nos tiene acostumbrados la vida y la historia: la vida que es pasado, presente y futuro, para que haya futuro, porvenir; y la historia que registra el largo recorrido que mujeres y hombres han realizado, y que nos muestra las dificultades y los logros alcanzados, tal vez para enseñarnos que nuestros hijos y nietos no serán iguales que nosotros, que el entorno que lo rodeará, necesariamente influirá sobre sus pensamientos, sobre sus sentimientos, sobre sus fantasías, sobre su imaginario, y que todas estas cosas hará de ellos personas diferentes a nosotros, con aspiraciones que no serán como las nuestras, con necesidades también distintas, con comportamientos que tendrán poco que ver con los nuestros. Las instituciones, esas especie de semáforos que permiten ordenar el tránsito que nosotros realizamos por las avenidas de la democracia, ¿seguirán funcionando como ahora, más o menos bien, más o menos mal, o los atascamientos de tránsito serán cada vez peores hasta el extremo de la intransitabilidad? ¿Seguiremos utilizando los mismos semáforos o daremos rienda suelta a nuestra imaginación e inteligencia para crear otros artefactos que de nuevo vuelvan a permitir un tránsito más o menos ágil?

 
En varios lugares, acaso en el mundo todo,  y desde hace algún tiempo se viene padeciendo y denunciando la distorsión de las sociedades en las que nos toca vivir ahora, los procesos de globalización que se manifiestan en el mundo no solamente económico, sino que también afecta la escena política y otros aspectos importantes de la vida de nuestras sociedades, como las consecuencias dramáticas de los procesos de cambio que se están dando sin protección alguna de quienes se ven más afectados, la fragilidad de los vínculos afectivos, el surgimiento de identidades “líquidas” e inestables, como dice Zygmunt Bauman, que se caracterizan por la incapacidad para aceptar responsabilidades y compromisos duraderos.
A este nuevo clima de época que ahora vivimos, Colin Crouch lo ha designado con el nombre de “posdemocracia, y dice que se trataría de un periodo de declinación que sigue a los periodos de democracia fuerte. Se trataría entonces de un momento en el que continúan manteniéndose las instituciones democráticas, pero con síntomas de una enfermedad que avanza progresivamente sobre esa democracia activa que alguna vez se insinuó incluso en nuestro país, y que se concretó mejor en otros lados, hasta tal punto que resiste mejor que nosotros los embates de esa nueva expresión del capitalismo que no está llevando a la disgregación.
Así las cosas, se hace necesario mencionar algunas manifestaciones de este trastorno: una notable disminución de los deseos de participación, declinación política de las clases sociales que fueron actoras principales del proceso que dio lugar a la democracia de masas, nacimiento de nuevas clases sociales que carecen aún  de voz autónoma, crisis de los partidos políticos, banalización de la discusión política, aparición de los medios de comunicación masiva como los nuevos mediadores entre las necesidades de los diversos sectores sociales y gobierno, incremento de la manipulación mediática, etc.. Hasta hace no mucho tiempo esto, o parte de todo esto, estaba presente en la vida social y política de nuestro país y el mundo en una dosis que no perturbaba con intensidad el funcionamiento de una democracia que aspiraba incluso a ser mejor.
Cuando nos referimos a este pasado aludimos al periodo inmediatamente anterior al que hemos designado como posdemocracia, es decir a aquel periodo de la economía capitalista en el que se consideraba que era conveniente avanzar promoviendo y adquiriendo trabajo, y en un escenario que tenía como actor de primera línea a un Estado preocupado por una justicia que facilitaba la transacción laboral. Y esta intervención estatal para brindar una vida digna no sólo se llevaba a cabo para satisfacer un reclamo de tipo ético, sino que además se realizaba porque existía el convencimiento de que se trataba de una intervención racional y segura. Y, desde luego, esto se podía poner en práctica porque el Estado había logrado dar vida a un ámbito adecuado para que se lleve a cabo el “matrimonio entre poder (la capacidad de hacer las cosas) y política (la posibilidad de dirigirlas)”. Como podrán advertir el periodo que acabamos de describir sumariamente es esa segunda fase de la vida de la izquierda.
Sin embargo, no hubo de pasar demasiado tiempo para que ese matrimonio se divorciara y para que tengamos ante nosotros, por un lado a la política sin poder, y por el otro el poder emancipado del control político y con libertad para pasearse jactanciosamente y sin traba alguna por el espacio global. En este escenario, como es obvio, en cada la política ha empezado a tener mayores dificultades para resolver sus problemas en los espacios nacionales y para trascender las fronteras locales e intervenir en esos lugares en donde ahora se decide, con mayor intensidad que antes, su destino.
En esta breve reflexión hemos abundado sobre el escenario global, porque cada vez se hace más difícil para la política transitar sólo por los territorios nacionales, pensar sólo en y para el escenario local. Si así fuera, debemos esforzarnos por mirar más allá de nuestras fronteras, para leer en ese libro abierto que es el mundo y que está escrito en diversos idiomas, percatarse de que cada vez es más importante beber del vaso de otras culturas y aprender lo que ellas pueden brindar. Y que si no entendemos esto los argentinos, ingresaremos con mayores dificultades en el futuro.
En este nuevo panorama, además, el instrumento por excelencia al que recurrían las organizaciones políticas de izquierda para intervenir e impedir o atenuarlas diversas manifestaciones de disgregación que siempre acompañan a las políticas capitalistas, carece de la fuerza e inteligencia que hasta hace no mucho tiempo tuvo. Porque el estado, a él nos estábamos refiriendo, ya no es el mismo. Y tampoco lo es ese intérprete y trasmisor de las demandas y energías sociales que era el partido de masas, y que tenía tal envergadura que era algo así como un Estado dentro del Estado. Quienes hacen de trasmisor ahora son los medios de comunicación de masas, y el papel de intérprete en buena medida está vacante porque quien lo había sido hasta hace poco actualmente padece de limitaciones que le impiden actuar con inteligencia y decisión en un mundo que, ahora, apenas entiende. Y, por otro lado, porque cualquier otro pretendiente carece de la envergadura que requiere una sociedad y una ciudadanía más exigente en ciertas cosas, y, por otro, más permeable a los cantos de sirenas. Y también más compleja.
 
Si el mundo que vivimos ya no es el mismo, si las relaciones sociales tampoco, si las formas de producción poco o nada tienen que ver con las que conocimos hasta ahora, ¿se puede seguir creyendo que los instrumentos que la política, al menos de la política de izquierda, había inventado y dado forma para tornar más justo un mundo plagado de desigualdades, pueden seguir siendo los mismos a los efectos de impedir las crecientes injusticias, las disgregaciones y las fracturas sociales, y a la vez poder encaminarnos a esa sociedad a la que siempre hemos aspirado y apostado las mujeres y hombres socialistas? ¿Podemos seguir creyendo que el Estado realmente existente y los partidos políticos tal cual se presentan en los distintos escenarios nacionales están en condiciones de ser los actores fundamentales del cambio de esta sociedad del nuevo milenio, que está integrada por mujeres y hombres que ya no son los mismos que los de hace pocos años, porque su manera de pensar, de sentir, sus fantasías, sus sentimientos, en fin, su subjetividad, difiere en una medida que ni siquiera sospechamos? ¿Cómo dirigirse a ellos, es decir cómo establecer relaciones con ellos, que reaccionan ante la vida, generalmente adversa para la mayoría, con la razón pero también con el corazón, es decir con los sentimientos, con la fantasía y hasta con el mismo cuerpo? ¿Acaso apelando sólo a la razón, con un conjunto de ideas que nosotros llamamos programa, y que generalmente es algo farragoso y muchas veces insustancial y abusivamente reiterativo, al que casi todos abandonan ni bien empiezan a leerlo porque parece más de los mismo y apenas difiere de otros que también le entregaron de la mano? Si bien es cierto que la política es elaboración de ideas que nos permiten entender qué es lo que pasa en el mundo que vivimos para después poder transformarlo y tornarlo más justo, también es cierto que no es solamente eso. La política también es, y en una medida muy importante, comunicación, transmisión, relación, estar al lado del otro, generación de confianza, creación de afectos. Comunidad.

* Invierno de 2005. Texto de formación política, preparado por el Negro para el encuentro de la Juventud Socialista en la Casa del Pueblo de Lanús


Abraham Regino Vigo
El orador (The speaker), 1933
etching, 25 x 22 cm
Museo de Bellas Artes
La Plata