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l próximo 26 de mayo se cumplen diez años de la
muerte de Alfredo Bravo, quien fuera el
principal dirigente socialista desde la vuelta de la democracia hasta su
fallecimiento en el 2003. Curiosamente este
mérito estuvo ligado a hechos extrapartidarios. Algo aparentemente paradójico, pero sensato, dado el
escaso activismo del partido socialista democrático en su época. Protagonizó la fundación de CTERA,
confederación de los sindicatos docentes que hoy abarca a más de 600 mil
trabajadores, donde fue su secretario general. También cumplió un rol destacado
como militante de derechos humanos, participando en la fundación de la APDH
(Asamblea Permanente por los Derechos Humanos), Por este motivo, en el año
1977, mientras daba clases, fue secuestrado y torturado por la dictadura militar. Años más tarde,
mientras era entrevistado por Mariano Grondona, el periodista hace pasar al
estudio de canal 9, sorpresivamente y de forma siniestra, a Miguel Etchecolatz, su torturador. Bravo
se negó a debatir con él, repudiándolo como un asesino.
En
el plano partidario, en los ochenta, Alfredo Bravo encabezó la renovación del Partido
Socialista Democrático –PSD- . En este proceso, estuvo acompañado
por una nueva camada de jóvenes, que reclamaba al partido una reforma moral e intelectual, y que luego formaron parte de su dirigencia (Jorge Rivas,
Oscar González, Ariel Basteiro, Claudio Simone, etc.). De este modo, Bravo logró transformar el viejo PSD, rama de
derecha y gorila del socialismo argentino ( al punto de tener embajadores en la
última dictadura militar) en un dinámico partido de izquierda coherente y
combativo. Fue diputado nacional entre 1991 y 2001, y en este último año, fue
electo senador por la ciudad de Buenos Aires. Por último, en el año 2003, fue
candidato a presidente por el recientemente conformado Partido Socialista.
Sin
embargo, quizá por la riqueza de su militancia extrapartidaria y por la
flaqueza ideológica histórica del PSD, Bravo nunca terminó de encuadrarse orgánicamente
en la estructura partidaria y adoptar una “cultura de partido”. Obedeció más a
su sentido común y a su propio esfuerzo; esto, en algunos momentos, lo llevaron
a caer en un voluntarismo, peligro para un partido de izquierda. El ejemplo más claro de su limitación
fue su militancia en los últimos años de su vida por la reunificación del PSD y
el PSP en el PS. Este hecho, aunque simbólicamente importante, terminó llevando
al sector del PSD a su peor crisis, dilapidando y dispersando su capital
político, dejando al PSP de Binner, Giustiani y Cortina notablemente
fortalecido.
Hoy,
a diez años de su muerte, la figura de Alfredo Bravo se recuerda y
destaca por su militancia excepcional. Como pocos, durante toda su vida mantuvo
una coherencia con los ideales del socialismo y militó contra cada injusticia
que se encontró. Por eso, es deber de los socialistas recordarlo como un referente
histórico de nuestra tradición política.