martes, 29 de julio de 2014

Nicolás Repetto sobre Evita

Sin interés en hacer un juicio de valor, rescato un  histórico artículo de Nicolás Repetto que escribió poco después de la muerte de Evita. Desde una posición política antagónica, pero con un claro tono emotivo, Repetto reseña la vida política de quien supo ser, hasta entonces, la mujer más influyente en la vida política del país. 

Nicolás Repetto, discípulo de Juan B. Justo, fue un histórico dirigente socialista. Ante la fractura del Partido Socialista en 1957, se encolumnó en el Partido Socialista Democrático (PSD), el ala más anti-peronista y moderada del socialismo argentino. Este dato, su radical anti-peronismo, resalta todavía más el artículo que escribió en la muerte de Evita. 

Eva Perón

García Costa, Víctor. "Nicolás Repetto: Legislador desde el socialismo". Buenos Aires. 1999. Colección Vidas, Ideas y Obras de los Legisladores Argentinos.  Página 31-33

Por su importancia incluimos este texto referido a la muerte de Eva Perón, escrito por el doctor Nicolás Repetto desde la oposición al peronismo y en momentos en que se velaban sus restos. Publicado en el periódico "Nuevas Bases" que el doctor Repetto dirigía, Nº41, año III, 5 de agosto de 1952, primera página. [Nota de Víctor García Costa]


No podríamos ignorar, amparándonos en un silencio hipócrita o cobarde, la desaparición de la esposa del Presidente de la República. Es una mujer que supo hacerse de una influencia enorme y que ha gravitado en forma demasiado sensible en la obra del general Perón para que su muerte puede ser silenciada.
La vida de la mujer hoy desaparecida constituye, a nuestro juicio, un ejemplo poco común en la historia. No son raros casos de hombres de gobierno o políticos de nota que han contado para su acción pública con la colaboración, abierta o disimulada, de sus esposas, pero en nuestro caso toda la obra del primer mandatario están tan impregnada del pensamiento y de la acción personalísima de su esposa, que resulta imposible separar netamente lo que corresponde al uno y lo que pertenece a la otra. Y lo que da carácter notable y propio al empeño de colaboración de la esposa, fue el abandono que hizo de sí misma, de su bienestar y de su salud; su decidida vocación por el esfuerzo y el peligro, y su fervor casi fanático por la causa peronista, que infundió, a veces, a sus prédicas, drámaticos acentos de lucha cruenta y de despiadado exterminio.
Iniciada apenas en la vida política e ignorando, aún el desarrollo que había alcanzar el movimiento peronista, se lanzó a la arriesgada aventura de recorrer el mundo en aeroplano para difundir la obra y, sobre todo, el nombre del esposo.
Impuesta la obra y coronada por el nuevo triunfo de la reelección, la vimos, a menos de cinco o seis semanas de su muerte, dar pruebas de resignación heroica al sufrimiento físico y al destino aciago, manteniéndose de pie en el vehículo que la transportaba durante el largo trayecto de la Avenida de Mayo. ¡Asombrosa fortaleza de espíritu y de insensibilidad física!
No es fácil separar la parte que corresponde a cada uno de los cónyuges en el esfuerzo hecho para llevar adelante el movimiento peronista. A nuestro juicio, el mayor aporte debe ser acreditado en la cuenta de la señora, que se mezcló a la masas para predicar con tesón inquebrantable las excepcionales virtudes y capacidades del general. Tomó a su cargo la organización política de las mujeres en un partido propio y supo orientar hacia las listas del peronismo a un gran número de las mismas, que se iniciaban recién en el ejercicio del sufragio. Se sabe hoy cuándo ha pesado el voto femenino  en la reelección del general Perón. Ella se hizo cargo y llevó adelante la parte no tan vulnerable de la obra del gobierno peronista, prestando trato simpático a los obreros, a los gremios, a los niñós, a las familias necesitadas o en desgracia, a los que designaba cariñosamente con el nombre genérico de descamisados. Cuando se considera el aspecto social de la política del general Perón, se advierte que la intervención de su esposa se impone como una fuerza de creación y de impulso, que encuentra pronto sus principales órganos de acción en el Ministerio de Trabajo, en la obra de Ayuda Social y en la Confederación General del Trabajo.
Si hemos de juzgar por lo que ha trascendido hasta nosotros, no fue tan grande el influjo que alcanzó la señora de Perón en la orientación económica, política, militar e internacional del gobierno. Hemos de felicitarnos por ello, porque no obstante tratarse de una mujer, su aversión se exaltaba hasta el paroxismo cuando imprecaba y amenazaba a los adversarios políticos. La pasión partidista había destruido o debilitado en ella ese fondo de dulzura y generosidad ingénitos, que crea en el espíritu de la mujer una natural inclinación a la armonía, a la indulgencia, y a la concordia entre los hombres.
Eva Perón desciende a la tumba en medio de los más grandes honores oficiales y de un generalizado sentimiento popular, sin haber alcanzado, empero, la realización de lo que proclamó tantas veces y fue, sin duda, un anhelo sincero: la pacificación de los argentinos. Nuestras cárceles rebosan de presos civiles y militares, los exiliados son legión, los funcionarios destituidos se cuentan por millares, la libertad de decir respetuosamente lo que se piensa está al arbitrio de las policías y el estado de guerra interno ha hecho del Presidente el intérprete y el aplicador exclusivo de la Constitución. Todo esto torna aún más sombrío el luto de estos días y ahonda la pena cívica que aflige a una gran parte del pueblo argentino.