lunes, 2 de febrero de 2015

¿Quién cultiva la democracia en la cultura? El rol del Estado nacional y de la ciudad (Revista In-Disciplina n°2)


"Lukacs había comprendido cómo, tras la segunda guerra mundial había surgido una industria capitalista para el consumo, o productora de bienes de consumo, que había conseguido penetrar la vida cotidiana de las clases subalternas, y liquidar las viejas culturas populares, urbanas y campesinas, autogeneradas por los propios individuos mediante su hacer autotélico, y que era el suelo de la protesta y la oposición al capitalismo.
En consecuencia, la actividad política debería asumir la tarea de reflexionar sobre este grave problema y encontrar formas de hacer política que devolvieran a las clases populares su autonomía cultural y su dominio sobre la vida cotidiana.”
Conversaciones con Lukács


Recientes noticias ligadas al plano de la política cultural del Estado nacional y de la ciudad de Buenos Aires han generado un debate en torno a la relación de política y cultura. Este artículo se propone brindar conceptos básicos para el análisis de la relación de política y cultura; describir las iniciativas más trascendentes en política cultural de los últimos años; y, por último, analizar, de forma comparada, la política cultural del gobierno nacional y el gobierno de la ciudad.

De forma creciente, se ha instalado en la sociedad un debate acerca de la relación entre cultura y política. Esto acompaña la creciente politización de la sociedad que entiende el rol fundamental que ocupa la cultura en cuanto desarollo de las ideas y valores políticos de las personas. Así, iniciativas en materia de política cultural, que otrora se consideraban secundarias para el común de la gente, han sido objeto de fuertes debates. Gracias a diez años de crecimiento económico sostenido y a una fuerte política nacional de inclusión social, la sociedad se ha revitalizado.
Lo importante se vuelve ahora definir cuál es la cultura que emerge. La mera culturización de los sectores populares no garantiza su sentido progresista. Ya Max Horkheimer, filósofo y miembro de la Escuela de Frankfurt, se lamentaba y advertía: “No criticamos la cultura de masas porque dé demasiado al hombre o porque le haga la vida demasiado segura, sino porque hace que los hombres reciban demasiado poco y demasiado malo, se adapten a la injusticia y el mundo se cristalice”[1]. La cultura, para mantener su sentido progresista, debe estar ligada a la creación democrática del pueblo, sin imposiciones ni condiciones[2].  Es decir que el rol del Estado debe ser garantizar las condiciones para un libre e igual desarrollo de los actores de la cultura.

¿Qué cultura? Cultura, sociedad y Estado
Si existe una cultura popular es debido a que la cultura no es homogénea, como no es homogénea la sociedad. El patrón central que genera diferencias en el campo de la cultura es la dinámica de clases sociales. En relación con la lucha de clases y el desarrollo de la sociedad el concepto de cultura ha ido evolucionando también. En los últimos siglos, en conjunto con la aparición del pueblo en el ámbito político y civil, ha tomado más fuerza el concepto de “cultura popular”. En términos clasistas, este concepto se contrapone al de “alta cultura”, ligada a una visión aristócrática y elitista de la cultura.
Theodor Adorno, filósofo y colega de Horkheimer en la “Escuela de Frankfurt”, señala que en un principio, cuando las clases subalternas no participaban de los ámbitos políticos y, por lo tanto, no existía una política de la clase dominante hacia la cultura popular secular, la cultura popular era de por sí progresista[3]. La “maldición” que encuentra con el arribo de la modernidad es que “la actual cultura de masas parece ser su adhesión a la ideología casi intacta de la primitiva sociedad de clase media, en tanto que las vidas de sus consumidores están completamente fuera de tono con esa ideología” (Adorno, 2002: 13). Para Adorno, la cultura popular sufre un proceso cada vez mayor de alineación, transformándose en los valores y normas para “una estructura social cada vez más jerárquica y autoritaria”. Esto es posible por una “industria cultural” que se impone sobre la cultura popular espontáneamente generada.
En el mismo sentido se expresa el extracto de Lukacs con el que comienza el artículo. Gyorgi Lukacs, filósofo marxista húngaro, contemporáneo de Horkheimer y Adorno, advertía que, a lo largo del siglo XX, el capitalismo había logrado penetrar en “la vida cotidiana de las clases subalternas”. Sin embargo, a diferencia de Adorno, Lukacs veía una alternativa posible en la democracia, en su sentido profundo, y en la capacidad de autonomía[4] de las clases subalternas.
También, tiempo antes, el dirigente comunista y filósofo Antonio Gramsci había advertido de los cambios culturales y sociales los avances del “americanismo”, concepción social ligada al fordismo. Con este novedoso estado de situación, Gramsci advertía que la densidad cultural de la sociedad aumentaba y que la disputa política iba desarrollarse sobre todo en el campo de la cultura, en sus distintas expresiones  (Gramsci, 2009)

La batalla cultural: ¿democracia o mercados?
La reciente creación del Ministerio de Cultura a nivel nacional y, por otra parte, la serie de persecusiones y clausuras en la ciudad de Buenos Aires ha provocado una fuerte polémica en el mundo de la cultura. El contraste entre ambos hechos evidencia que la política cultural implica un abanico de opciones. Estas opciones no son aleatorias, sino que son premeditadas y llevadas adelante bajo una determinada concepción ideológica.
A nivel nacional, la creación del Ministerio de Cultura culmina una serie de iniciativas del gobierno nacional que expresan la decisión de otorgarle a la política cultural un rol central. El concepto central para observar la política cultural, a nivel nacional, en estos diez años, es la idea de democratización. Esta idea implica no sólo la ampliación del acceso a las manifestaciones culturales, sino también la multiplicación de las voces. Democratización implica universalización de la práctica cultural, garantizar libres e iguales condiciones de producción. Las consecuencias de la democratización son múltiples. Una de estas, quizá la más importante, es la progresiva desmercantilización de la cultura dado que, con el fomento a los pequeños artistas y productores culturales, la lógica del negocio queda atenuada ya que no es el mercado quien regula el sector.  Estos valores democratizadores que llevó adelante el kirchnerismo en su gestión revitalizó la sociedad y permitió que florezca un rico mundo de cultura autogestiva.
Las últimas iniciativas en materia cultural, llevadas adelante por el Estado nacional, se desarrollaron estimuladas por la ley de servicios audiovisuales (l. 26522). Esta ley quebró décadas de regulación legal favorables a la concentración de los medios de comunicación. Ya desde su formulación, el Frente para la Victoria buscó implicar a toda la sociedad en su debate; invitó a periodistas, intelectuales y agentes de la comunicación de todo tipo para que se expresen en torno a la ley. El kirchnerismo  evidenció el contraste entre la concentración de los medios de comunicación y, por otra parte, la posibilidad de una la democracia comunicacional, llevada adelante por los medios barriales, autogestivos, independientes. La decisión por parte del Estado nacional de intervenir y regular el “mercado” de la comunicación abrió las puertas a futuras regulaciones de la sociedad civil. Esto se debe a que ofreció una alternativa de protección y distribución de recursos en un ámbito que se creía hasta entonces solamente regulado por el mercado; no sólo eso sino que intervino en uno de los ámbitos más desiguales del plano de la cultura.
Junto con la ley de servicios audiovisuales surgió, poco tiempo después, el proyecto de la “ley de música”[5]. Distintos gremios de músicos comenzaron a trabajar en una propuesta que logre amparar su trabajo y su espacio en la cultura. Al igual que muchos otros agentes culturales, los músicos quedaban desprotegidos económicamente frente a los empresarios que les imponían sus condiciones. En el avance de la votación de la primera parte del proyecto, gran parte del espectro de músicos avanzó en su conciencia como trabajadores de la cultura así como en su organización como colectivo. Un elemento importante que los músicos, especialmente los agrupados en la UMI (Unión de Músicos Independientes), tuvieron en cuenta es la importancia de la desmercantilización de la cultura para lograr un arte pleno. Es ejemplar el fundamento central por el cual los músicos promueven el proyecto de ley: "Es Función del Estado hacer política Cultural en forma directa, pero también hay una necesidad de expresión artística de los Pueblos que hay que promover, son los anticuerpos Culturales que genera una Sociedad ante lo Hegemónico  de un Mercado cada vez mas Globalizado. Es por eso que para contener y fomentar parte de esas expresiones artísticas es que el Estado debe darle herramientas a la sociedad, para que la sociedad, pueda hacer política Cultural a través de sus artistas" ( www.musicosconvocados.com)
Por último, para delimitar las ejemplificaciones, se añade el proyecto de ley para la protección a las revistas culturales e independientes[6]. Este proyecto, llevado adelante por el diputado nacional Jorge Rivas y ARECIA (Asociación de Revistas Culturales Independientes), busca proteger el emergente mundo de revistas autogestivas que se encuentra amenazado por las acciones agresivas de los grandes actores que controlan el mercado. Proteger y fomentar las revistas autogestivas e independientes garantiza la democracia, la pluralidad de voces y también evita la producción cultural condicionada por las demandas del mercado.
En oposición de lo que sucede a nivel nacional, en la ciudad de Buenos Aires, el gobierno que encabeza Mauricio Macri extiende una política cultural guiado por una concepción neoliberal de la cultura. Así, el Pro busca eliminar toda práctica cultural que no esté concebida por lógicas mercantiles, es decir que busca eliminar las prácticas culturales ligadas a lo autogestiva o independiente. Esto tiene como fin garantizar una competencia donde los grandes empresarios de la cultura ligada al espectáculo y la comunicación tengan más facilidades para sus negocios. Esta política fomenta la concentración de la producción cultural a su vez que la mercantiliza.
Un ejemplo de esto ha tomado carácter público en las últimas semanas. La sistemática persecución y clausura de centros culturales por partes de inspectores del gobierno de la ciudad se ha vuelto noticia. El alegato que utilizan los funcionarios públicos es la falta de habilitación ante el uso comercial en una actividad. Sin embargo, lo que esconde el alegato de los funcionarios es la intención de prohibir las manifestaciones de la cultura popular por fuera de los circuitos comerciales establecidos. Existen más de 50 centros culturales clausurados, con un sinnúmero de personas y artistas afectados.  La clausura de los centros cultura no es una política aislada para el gobierno de la ciudad, puede a esto añadirse la persecución de los artistas callejeros y el vaciamiento de los talleres en escuelas y centros culturales dependientes del gobierno de la ciudad.

Conclusión
El kirchnerismo ha impulsado una política cultural democratizadora, que estimula y protege la propia producción cultural de la sociedad. Esta política se encuentra en franca oposición a una concepción de la política cultural neoliberal. Ésta supone una cultura regulada por el mercado y, por lo tanto, donde los valores de los grandes actores se imponen. El macrismo, gobierno en la ciudad de Buenos Aires, es una clara expresión de una concepción neoliberal de la cultura. Desde la ley de servicios audiovisuales, por parte del Estado nacional han habido múltiples iniciativas progresistas en materia cultural. Estas iniciativas comparten una base común, independiente y autogestiva.
También es importante aclarar que aunque en los últimos años se ha dado un gran avance en materia de política cultural todavía queda un gran camino por recorrer. A pesar de todo, siguen siendo los grandes medios concentrados los principales actores culturales. Su capacidad de producción y su capilaridad en la sociedad es mayor que la del Estado. Es por eso que también es importante señalar que solamente con la aprobación de las leyes no alcanza sino que es necesario la decisión política de ejecutar a fondo lo que se vota.
Hoy nos encontramos con una sociedad con una intención cada vez mayor de autogestionarse y de ser dueña de su producción social. Este ímpetu nació en la peor crisis del país, en el año 2001, se materializó y cobró fuerza durante todo el kirchnerismo. La simultánea politización y producción cultural popular no es una casualidad, sino que responde a un fortalecimiento de la conciencia de las clases populares. Éstas, cada vez más conscientes de su propia realidad van forjando sus propias herramientas, económicas, políticas y culturales.

Bibliografía
Adorno, Theodor W (2002). Televisión y cultura de masas. Ediciones Lunaria. Buenos Aires.
AAVV (1971). Conversaciones con Lukács. Alianza. Madrid
AAVV (2006). Diccionario de la lengua española. Real Academia Española. Buenos Aires
Bertomeu, María Julia (2006). “Terry Eagleton: La crítica cultural, la filosofía y el socialismo”. Revista Sin Permiso. n°1. España
Gramsci, Antonio (2009). Antología. Siglo XXI. Buenos Aires
www.revistasculturales.org.ar

Agradezco a mis compañeros de militancia los comentarios, aportes y sugerencias para este artículo.

Andrés Imperioso. Licenciado en Ciencia Política (UBA). Asesor parlamentario del diputado nacional Jorge Rivas (FpV). Miembro de la Red de Casas del Pueblo.




[1] Citado en Adorno, Theodor W. Televisión y cultura de masas. Ediciones Lunaria. Buenos Aires. 2002
[2] No es casualidad la estrecha relación de la economía social y el movimiento cultural. Ambas actividades son complementarias y tienen una concepción común autogestionaria y democrática. Además, la economía social permite relaciones económicas mediadas por lo humano, un fin que se encuentra también en la cultura.
[3] Así lo señala: ”Una de las diferencias significativas parece ser que en el siglo XVIII el propio concepto de cultura popular -que en sí mismo avanzaba hacia una emancipación de la tradición absolutista y semifeudal- tenía un significado progresivo, haciendo hincapié en la autonomía del individuo como ser capaz de adoptar sus propias decisiones” (Adorno, 2002: 13)
[4] Lukács recupera a un Marx aristotelizado y al concepto de hombre como ser praxeológico cfr. “Terry Eagleton: La crítica cultural, la filosofía y el socialismo” de María Julia Bertomeu (Sin Permiso, n°1, 2006)
[5]  La primera parte del proyecto se encuentra aprobada y es ley (l. 26801). ver www.musicosconvocados.com
La Creación de un Circuito Cultural Social que tenga como función acercar distintas expresiones musicales a sectores que tengan escaso o nulo acceso a esta manifestación del arte
La Formación Integral de un Músico poniendo énfasis en el conocimiento profundo y organizado de los distintos Derechos Intelectuales (Compositor y Autor, Intérprete, y Productor Fonográfico ) y de sus derechos laborales

[6] Para conocer más acerca del proyecto de ley y del estado de situación de las revistas culturales en Argentina, ver: www.revistasculturales.org